jueves, 14 de julio de 2011

Teoria de la mente


Teoría de la mente
La relación causal entre la mente y la mentira no es casual. Las mentiras son memes replicantes. Las mentes de las personas están íntimamente enlazadas debido a la interacción de conceptos e instrucciones conductuales que pasan de un cerebro a otro por imitación (memes). Esta relación causal se debe a las neuronas especulares (o neuronas espejo), que reflejan la “realidad” de una mente a otra.
“Las neuronas especulares sugieren que pretendemos estar en los zapatos mentales de la otra persona”, sugiere Marco Iacobini, neurocientífico en la Universidad de California, Escuela de Medicina de Los Ángeles. “De hecho, con neuronas especulares no tenemos necesidad de pretender, prácticamente estamos en la mente de la otra persona”.
Desde el descubrimiento de las neuronas especulares, se ha comprobado que sus propiedades están implicadas en una amplia gama de fenómenos. Por ejemplo, estas neuronas ayudan a los científicos cognitivos a explicar cómo los niños desarrollan su particular “teoría de la mente” (ToM), que es simplemente el reconocimiento de que los demás tienen mentes similares a las suyas.
Las teorías más populares sobre el desarrollo de la ToM son la “teoría de las teorías” (algo como el meme del meme), y la “teoría de la simulación”. La primera sugiere que los niños acumulan pruebas, en forma de expresiones y gestos, y usan su entendimiento cotidiano de las demás personas para desarrollar teorías que explican y predicen su estado mental.
La teoría de la simulación alega que tenemos la capacidad de leer las mentes de los demás, ni más ni menos. Nos ponemos en la mente del otro y usamos nuestra propia mente como un modelo para explicar la suya. Y a veces para engañarla.
Vittorio Gallese, neurocientífico en la Universidad de Parma, miembro del equipo que descubrió las neuronas especulares, piensa que cuando interactuamos con otra persona, no sólo observamos su comportamiento, también creamos representaciones internas de sus acciones, de sus sensaciones y de sus emociones, como si fuésemos nosotros los que nos movemos, sentimos y emocionamos.
“Compartimos con los demás no sólo la manera en que actúan normalmente o experimentan emociones subjetivamente, sino también los circuitos neurales que permiten esas acciones, sensaciones y emociones: los sistemas neuronales especulares”, explica Gallese en LiveScience.
Viva la mentira
¿Por qué mentimos? Como hemos visto, existen muchas posibles explicaciones, todas válidas en cierto grado. Atribuir valores morales a la mentira es un ejercicio fútil porque se está juzgando el síntoma y no la enfermedad. En este caso, la enfermedad sería el resultado de la mentira, es decir, sus implicaciones.
Todos mentimos. Algunos más que otros. Hay quien miente porque es un manipulador social y lo hace para herir, abusar de la gente y aprovecharse de los demás. Otros mienten para sentirse mejor, para halagar a los demás, para lograr algo útil o válido sin herir a nadie. En este caso, al final, el mentir puede ser hasta un arte.
“Ningún hecho está más firmemente establecido que el que demuestra que el mentir es una necesidad de nuestras circunstancias. La deducción de que en este caso es una Virtud es evidente. Ninguna Virtud puede alcanzar su utilidad más sublime sin cultivación cuidadosa y diligente. Consecuentemente, no hace falta declarar que ésta debería ser enseñada en las escuelas públicas, hasta en los periódicos. ¿Qué chance tiene el mentiroso ignorante e inculto ante un experto educado? ¿Qué chance tengo yo ante el señor Mar… ante un abogado? La mentira ‘juiciosa’ es lo que el mundo necesita. A veces pienso que sería aún mejor y más seguro no mentir nunca antes que mentir sin juicio. Una mentira torpe, no-científica suele ser tan poco eficaz como la verdad”.
Mark Twain tenía una manera muy peculiar de ver y explicar el mundo. Para él, más que la verdad, lo que importa es la dignidad, la diligencia, la razón. Ante la razón, cualquier valoración moral es espúrea.

“Por el mar corren las liebres…