lunes, 23 de mayo de 2011

- Querido Recuerdo

Me someto a este último capricho, sin ojos, porque confío en ti, y sin corazón porque ya no tengo. Sigo el camino que tú indicas es el mejor para nosotros. Tú no entendiste lo que yo no dije, ahora yo no comprendo lo que tú me haces. Probablemente estás desquiciado. Descalza, me tienes como quieres, indefensa ante tus locas manías, y yo te digo, O.K. está bien. No me das la cara, pero te despides. Caigo en coma por tus últimos actos. No los merecí. Al despertar, me descubro con las manos y los pies atados. En pánico te llamo para saber si tu estás bien y si sabes lo que nos está pasando. Me respondes con esa gravedad que me hace preguntar, cuántas cosas hay en realidad escondida en tu aparente indiferencia y aparente arrepentimiento de los hechos. Lentamente me desnudas como antes y yo te muestro todo lo que soy, pero me arañas y me dañas sin piedad. Me cortas las venas, y con el filo del cuchillo escribes alrededor de mis pezones tu maldito nombre junto a un nombre de mujer desconocido para mi. El metal se abre paso a través de mi piel y mi carne, reventándome las venas y los nervios. La anestesia que olvidaste inyectarme, no hubiese sido suficiente para el dolor que me causas. Tus excusas no me tranquilizan. El cuchillo se incrusta lentamente de arriba a abajo, abriéndome el pecho. La sangre sale a borbotones, y lloro consciente una y otra vez de lo que me estás haciendo. Tú, a quien quise hacer feliz. Tú, en quien quise creer, a quien le entregué todo mi afán mi tiempo mi confianza. Será que hace mucho ya, dejaste de ser tú, y mi error fue no haberte reconocido, maldita sea! Fuiste muy drástico conmigo, y te mereces toda mi furia y la del tiempo. Con violencia incrustas tu mano entre el caos dentro de mi, y me sacas el corazón aún hirviendo y lo lanzas a los perros con indiferencia, me explicas frívolamente que es  porque ya no late como antes y me obligas a empezar de nuevo sin ese corazón. Satisfecho me abandonas, y te vas con aquellas desgraciadas en tu mente. Yo sonrío con disgusto al saberlo. Ahora si, te dejo ir, porque me has demostrado, que no eres nadie tú. No vales lo que yo te he amado. Con certeza sé que me extrañaras, no tengo que preguntártelo, pero finges que me has matado y te sientes finalmente libre, me mientes, y ya no te quiero por eso. En mi mente, tú ya te mataste a ti mismo diez mil veces. Para entenderlo casi me he vuelto loca y para afrontarlo ya casi no tengo fuerzas. Y prefiero quedar loca, loca pero conservar mi amor tan bueno para quien lo quiera y lo meresca. Al fin y al cabo es verdad, la rotación y la traslación siguen su perfecto juego con el día y la noche.